Siempre con prisas

De pequeña, recuerdo muchos días oficialmente especiales: cumpleaños, navidades, reyes; como momento reales de felicidad. Sin embargo, a medida que fui creciendo, todos los días especiales se me tornaron especialmente melancólicos; y fueron los días banales aquellos que se me llenaron de sonrisas, de detalles inolvidables y de sucesos extraordinarios que espero no olvidar mientras me queden cumpleaños.

Debe ser por mi terca tendencia a llevar la contraria, que cuando todos me dicen felicidades, me pongo triste. Por experiencia se que en cuanto pase el día señalado, todo vuelve a ser menos grave; quizás por eso de levantarse cada día banal sin la presión de las expectativas, sin la necesidad de contruir un gran día, sino dejando a cada día suceder, con sus pequeñas sorpresas.

En cualquier caso, y ahora incurriendo en lo típico y predecible, hoy tengo mamitis, papitis, abuelitis y hermanitis. Hoy, en vez de soñar en dar la vuelta al mundo, lo que más feliz me hace es pensar que en menos de un mes estaré en mi casa. Y es que tengo que admitir que, aunque me vaya el rollo independiente, no me hace ningún bien pasarme tantos meses sin las caminatas con la mami, los potajitos del papi, las peleas con el hermano y los piropos de la abuela.

De todos modos, aunque no sea lo mismo por Skype, me ha sacado una sonrisa la historia repetida año tras año: Naciste antes de tiempo y muy rápido; a las 10 am. Me acuerdo que fui con tu tía a la Calle Real a comprarte algo y cuando volví al hospital ya habías nacido. No querías perder más tiempo allá dentro. Tu siempre con prisas.

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