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Raíces

Con el caos de letras del apellido mi madre ha indagado en el registro civil, en Teguise, y todo esto ha propiciado que yo conozca un poco otro pequeño tramo de mis raíces.

La historia me fue desvelada mientras mis tíos intentaban pescar en la zona de Tenesera, por allá donde el volcán le ganó terreno a la mar en los años 30 del siglo XVIII. Precisamente en este siglo tiene lugar la historia de mi bisabuelo.

Al parecer, era hombre alto y «de buen ver» conocido como Dámaso, aunque su nombre de cuna había sido Melitón. Curioso que su nieto, mi tío, heredara su nombre y, al igual que él, acabara siendo conocido por otro totalmente distinto, Carlos.

Contaban en el registro civil que en aquella época los campesinos firmaban con el dedo, pues el analfabetismo era tal que ni siquiera eran capaces de escribir su nombre. Para tener a diario algo que comer y con lo que alimentar a la familia ni falta que hacía leer. Tanto más util era ser afanoso y madrugador, y conocer a fuerza de rutinas los secretos del mar y de la tierra.

Sin embargo, el padre de mi abuelo fue capaz de escribir su nombre con letra y modificarlo: Dámaso Melitón, para que sus nombres de iure y de facto tuvieran al fin relación.

Dámaso se casó con María, una mujer muy bajita y de la que sus nietos guardan un recuerdo débil, pero bueno. Dámaso y María tuvieron más de media docena de hijos, entre ellos, mi abuelo. Así eran las cosas antes, entre la media docena y la docena de hijos andaba la cosa. Los niños se convertían en peones en las labores del campo y, además, antes no existían los Durex y Dios vigilaba hasta debajo de las sábanas que su orden, «Creced y multiplicaros», se cumpliera a rajatabla.

Sin embargo, como suele decirse, el amor es eterno mientras dura; pero no dura eternamente. Así pues, Dámaso se quedó prendado de otra mujer y, en cierto sentido, liberó a María, que no tuvo que vivir más con su adultero marido. Se quedó sola, con un montón de niños pequeños. Y los sacó adelante.

Dámaso, por su parte, vivió en una especie de exilio, en las cuevas del Risco de Famara. Allí, él y su nueva mujer vivieron su amor, y tuvieron hijos. Cuentan que pasado un tiempo, el pasional Dámaso se enfermó, y que tuvieron que ir a rescatarlo y traerlo hacia los pueblos a lomos de un dromedario.

Y ahí acaba la historia. Perfecto para este día de pensar en las raíces se presenta el concierto de Taburiente que empezará en un ratito: «Despierta pueblo, despierta. Suelta las raíces y surca su tierra»