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El encanto de Amberes

Merece la pena ir a Amberes aunque solo sea para pasearse por su magnífica estación; pero por suerte el encanto de la ciudad no queda opacado por las magestuosas escaleras, los relojes y vidrieras de los que una queda rodeada nada más abandonar el tren. A sólo media hora de Bruselas, la ciudad más importante de Flandes es el lugar ideal para ir a pasar el día.

Los amantes de la joyería y el diseño se verán satisfechos con los innumerables accesorios de diamante brillando tras las vidrieras de muchos comercios; y es que Amberes es la capital mundial de esta valiosa gema por la que muchos matan y mueren. ¿Y quiénes llevan en gran parte el mercado de los diamantes? Los judíos. No se extrañen pues de toparse por la ciudad con algún que otro tipo con tirabuzones donde las patillas y gorrito negro, a pie o en bicicleta. Y es que Amberes es, en menor medida que Bruselas, un foro de culturas donde se ven velos, puntos en la frente, negros, blancos y amarillos.

Para los amantes de la cultura, Amberes se paladea desde su catedral gótica, o las múltiples esculturas en los parques, en el muelle, en las plazas y adosadas a los edificios: desde los clásicos angelotes, a monos, hombres montando en camello y escenas de la vida en el mar.
Amberes está bañada por el Río Escalda, que desemboca en el Mar del Norte. Formaba parte de los Países Bajos Españoles y, en el siglo XVI era tanta su prosperidad, que generaba tanto dinero como las minas de plata del Potosí, en Bolivia.

El puerto de Amberes es bastante feucho, pero merece la pena darse un paseo para echarle un ojo, mínimo por fuera, al Museo Real de Bellas Artes albergado dentro de un castillo muy cuco. La ciudad fue también hogar de Pedro Pablo Rubens, que aunque alemán, pasó gran parte de su vida allí; y parte de su obra se alberga en la catedral, y en el Museo conocido como Casa Rubens o en el citado Museo de Bellas Artes.

También puede una encontrarse con la La iglesia de Santiago (Sint Jakobskerk), que es uno de los paraderos para los que decidan emprender la titánica misión de ir a visitar a Santiago desde Centroeuropa (en Bruselas, si se fijan, también se encuentran de vez en cuando las conchas que indican la dirección del peregrinaje.

Pero sin duda, y llamenme materialista, Amberes es la ciudad perfecta para ir de compras: los edificios gremiales del siglo XVI XVII que se encuentran alrededor de la plaza mayor, la proliferación de tiendas y cafés (para todos los bolsillos) y el barullo alegre de las calles me dejaron con las ganas de importar a un par de amigas desde España para irnos al Bershka y sentarnos luego en una terracita a cotillear con un buen bocata delante.

Les confieso una cosa: antes de pedir la Erasmus, de ojear siquiera los destinos; y antes incluso de que hubiera mirado en Google dónde y cómo es Amberes, por alguna extraña razón, se me metió en la cabeza que sería mi destino ideal. Quizás sentía sus buenas vibraciones desde la distancia. Amberes, volveré.