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Berlín: curiosidades e Historia

Día 4:

El martes fue el día en el que todo salió al revés. También fue el día en el que más nos desdoblamos del plan oficial del grupo del resto de los españoles, porque el día amaneció lluvioso, y ellos decidieron ir a Potsdam, una ciudad a las afueras de Berlín con un montón de palacios y jardines. Cristian y yo, que pensamos que aún nos quedaba Berlín por exprimir, decidimos quedarnos y, primero que nada, ir a visitar el Checkpoint Charlie. Se trataba de un museo en la zona por fronteriza por donde transitaba la gente importante entre los dos mundos del Berlín del muro de la vergüenza, y la temática, como cabría esperar, es el propio muro, y los amaños y artimañas que urdía la gente para escapar. Es curioso como, los que estaban prisioneros en la parte central del muro, los capitalistas, eran más libres. Paradojas de la vida.

Mi frase favorita del museo fue «Escape is the mother of inventions». Algunos de los casos que más me llamaron la atención fueron el de un hombre que escapó a nado hacia Dinamarca, una familia que escapó en globo, una señora que cruzó metida en dos maletas, otros escondidos en el capó de un coche y hasta un hombre que consiguió hacer en un año un tunel bajo tierra por el que consiguió dar un giro de 360º a unas cuantas decenas de vidas.
Luego había trapicheos más turbios, por ejemplo, un hombre que flirteó con una mujer casi igual a su novia, que vivía al otro lado del muro, con el único propósito de usar sus papeles para traer a su verdadero amor a su lado. Y luego el caso de otra mujer que se hizo pasar por suiza y se vistió con ropas propias del mundo capitalista para pasar, a través de la estación de Friedrichstr hacia el otro lado. Una mujer policía la miraba con desconfianza, hasta que luego ella se dio cuenta de que lo único que ocurría es que sentía envidia de su indumentaria, adoptando una pose altiva y consiguiendo pasar sin problema; no obstante, fue la última en conseguirlo porque poco después los vigilantes descubrieron el fraude.

A mediodía quedamos con María para comer. Supuestamente al lado del kebap más rico del mundo había una tienda con un arroz al curry fabuloso; al menos debía de serlo, por las colas que se formaban. Tomamos rumbo a Mehringdamm, para probar las delicias del Curry36 y decubrir como mentecatos que no era un puesto de comida india sino de currywurst. Yo, ya que estaba allí, me hice con un platito de salchichas y papas mientras que María y Cristian prefirieron volver a saborear los deliciosos kebap de Mustafas Gemüse.

Después cogimos el metro de nuevo hasta llegar a Kurfüster damm, con la inteción de ver la Iglesia del Emperador Guillermo, también conocida como «la muela rota» porque se conserva con la fachada y el tejado rotos desde que fue bombardeada en 1943. Pero como no era nuestro día de suerte, nos encontramos con que la estaban reconstruyendo, dejando sólo intacto el techo, y no pudimos siquiera acercarnos. Lo único bueno es que descubrimos que era un barrio perfecto para ir de compras, con H&M, Zara, Pimkie, C&A y toda esa clase de tiendas. Yo me hice con un abrigo en oferta y… ¡Puf! Me quedé completamente sin dinero. Cosas de mi nula capacidad organizativa, así que, de nuevo haciendo mérito a mi dependencia parasitaria económica, me tocó rogarles a papá y a mamá que me ingresaran algo. Algún día me llegará la beca Erasmus y les devolveré los extras, espero.

Otra vez bajo tierra, decidimos coger un tren hacia Oranienburger para ver la sinagoga. La sinagoga es un edificio realmente bello por fuera y que, si atendemos a la historia del holocausto, tiene cierto morbo que se erija en todo su esplendor en plena ciudad de Berlín. No obstante, no cometan el mismo error que nosotros ¡Ni se les ocurra pasar!. Por 3,50 euros tienen acceso a una especie de «museo» rancio, si es que se puede llamar así, en una pequeña sala con objetos religiosos. Nosotros, además, nos colamos a las exposiciones de arte, que no tenían nada especial, en el piso superior, y llegamos hasta la cúpula, que tenía una vista aceptable de la ciudad, pero nada comparable a la vista desde la cúpula del Reichstag. Supuestamente para subir hasta la cúpula, y si hubiéramos contratado audioguía hubiéramos pagado unos 8 euros por nada. En este caso los judíos son fieles a su fama de avispados en el arte de hacer dinero.
Nosotros lo que queríamos ver era el templo, y no tuvimos acceso. A lo mejor es porque somos tontos y no dimos con la puerta adecuada, o a lo mejor es porque realmente no se puede. En lo relativo a la historia de la sinagoga, decir que la original fue construída entre 1859 y 1866 y que se da un cierto aire a la Alhambra; y que la actual, es una reconstrucción, dado que la original fue gravemente dañada en durante la IIGM, en la noche de los cristales rotos, donde se destruyeron un montón de comercios judíos y se mataron a unas 90 personas; como un preludio de lo que sería el holocausto.

Nuestra siguiente parada iba a ser el busto de Nefertiti, pero llegamos al museo equivocado y, además, demasiado tarde como para entrar, porque eran las 17.30 y a las 18.00 los museos cierran. Hacía un frío lacerante y nos tocaba esperar unas cuantas horas, hasta que Alex, un alemán amigo de María, apareciera e hiciéramos algo juntos. Al final, acabamos en la estación de Alexanderplatz, sentados en una escalera como auténticos sin-techo y dejando pasar los minutos; Cristian, como siempre, haciendo el tonto hasta el punto de que un alemán le empezó a decir cosas en un tono que no sonaba demasiado amigable. Aunque bueno, en alemán ya saben que hasta las palabras de amor suenan ásperas.
Si creían que todos los alemanes son puntuales, es mentira. Alex llegó tarde; tan tarde que se nos fastidió el plan que había preparado Xavi, el amigo de María, de ir a las 20.00 a cenar a una casa okupa; buffet libre por 3 euros, rentable si se llega pronto, cuando aún queda comida.

Dadas las circunstancias fuimos directamente a Warschauer Str., donde nos hicimos con sangría española en el supermercado y María y Cristian cenaron unas pizzas enormes por menos unos 3,50 euros. Por cierto, cuenta Xavi que en un viaje que hizo a Chicago, la sangría Don Simón de toda la vida, en su botellita cutre de plástico, se colocaba junto al resto de los licores y bebidas buenas, como si se tratara de toda una exquisitez.

Xavi nos llevó a Madame Claude, un garito cuanto menos, curioso. Para empezar la entrada hizo las delicias de los cinéfilos, toda pintada de rojo y con un retrato de Laura Palmer que, según la chica que recolectaba dinero en la puerta, había sido objeto de múltiples intentos de hurto. Para los que, como yo, estén un poco verdes en cultura audivisual; Laura Palmer es el personaje principal de la serie Twin Peaks, dirigida por David Lynch a principios de los ’90 y que giraba en torno al asesinato de la jóven. ¿No les suena eso de: «Quién mato a Laura Palmer»?. Al igual que en la serie, nada es lo que parece, el bar de Madame Claude es bastante desconcertante, con todo su mobiliario literalmente del revés, e ilusiones ópticas creadas con las baldosas blancas y negras de las paredes.

Por último, nos desplazamos hasta un club de jazz, Das Edelweiss, con una mezcolanza de negros, alemanes y un montón de españoles. Estuvo muy bien, el pianista era un máquina, también había un batería, un contrabajo y un par de trompetista; todos ellos con cara de sentir la música, transmitiendo muy buen rollo.

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Día 5:

Nuestro último día el Berlín fue también el día en que más conocimos su Historia. Al menos así fue para Cristian y para mí, que decidimos hacer un tour guiado por los mismos monumentos que antes habíamos visto, pero ahora, con el firme propósito de entenderlo.
Había que estar a eso de las 11 en la Puerta de Brandenburgo, y nos agrupamos por idiomas. Nos adherimos a una guía argentina que nos iba a dar el tour en español, para entenderlo todito y no perdernos detalle. En cuanto al pago, la empresa funciona dando un precio recomendado: 14 euros decía ella, pero al final de la visita, cada uno puede darle más o menos, valorando su trabajo. Nosotros pusimos 5 por cabeza, que somos pobres estudiantes Erasmus aún sin beca.
Algunas de las cosas que descubrimos fueron:

*Un poco de historia desde sus orígenes: Berlín era una pequeña ciudad comercial alrededor del río Spree, que después pasaría a ser capital de Prusia, bajo la dirección de los Kaiser Guillermo I y Guillermo II. Tras la capitulación de Alemania en la IGM y el Tratado de Versalles, el territorio pasó a llamarse República de Weimar y, nos contó la guía, eran tan bajo el valor del dinero que, si en un momento 1 dólar equivalía a 2 marcos, llegó un momento en el que 1 dólar equivalía a BIllones de marcos. «Las mujeres iban a hacer la compra con fajos y fajos de billetes, porque el dinero no tenía valor», nos contó la guía. Así la situación, en una Alemania humillada y sometida al Tratado de Versalles, se convocaron elecciones y el partido nazi ganó por un pequeño margen. Dicen que la ciudad de Berlín era de los territorios menos afines al régimen y Hitler, para demostrar su victoria y podería, hizo desfilar a su ejército, antorchas en mano, por la puerta de Brandenburgo. Luego se sucede la historia que todos conocemos: la Alemania nazi derrotada en la IIGM, la división de Alemania y la división de Berlín entre Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS, luego la separación en zona comunista y capitalista hasta la caída del muro en 1989, poco antes de la disolución del bloque soviético en 1991.

*En términos prácticos, Berlín quedó completamente destruída tras la IIGM, y aún se encuentra en fase de restauración. Se dice que las obras se prolongarán hasta 2040, cuando se podrá ver la ciudad ya con las imperfecciones completamente maquilladas. Por la ciudad abundan tuberías de colores que, tal y como contó la guía, no son para transferir la cerveza directamente a los bares, en un lugar donde precisamente la cerveza es más barata que el agua, sino que están colocadas porque Berlín se asienta sobre un pantano y cada vez que se construye un edificio hay que drenar agua. El hecho de que sean de colorines es una mera cuestión estética.

*Berlín, a diferencia de la mayoría de las ciudades europeas, no tiene un sólo centro. Así, por ejemplo, la Potsdamer Platz es el centro de la parte occidental y la zona de negocios.

*La figura que encabeza la Puerta de Brandemburgo también tiene su historia. Tiene reminiscencias clásicas y representa a la diosa Victoria en una cuádriga. Después de la batalla de Jena (Francia vs Prusia), la Cuadriga fue llevada a París por Napoleón para ser exhibida como trofeo de guerra, pero Napoleón fue derrocado y, tras la toma de París, el general Ernst von Pfuel, tras ser designado comandante de una parte de la ciudad, recuperó la estatua para Alemania. En la Alemania del muro la puerta de Brandenburgo quedó entre dos paredes, en la zona conocida como «franja de la muerte». Es por esto que, desde 1989, se considera también un símbolo de la reunificación alemana.

Como curiosidad, alrededor de la puerta se han construído un montón de embajadas, de aspecto relativamente modesto con el propósito de no restar protagonismo a la puerta, que se ha convertido en el símbolo de la ciudad, del mismo modo que la torre Eiffel es el símbolo de París o el Big Ben el Londres. Nos cuntó la guía que en el Hotel Adlon, que se encontraba allí y que desde el exterior tiene un aspecto bastante anodino, cuesta hospedarse como mínimo 300 euros la noche, y nada menos que 12.500 euros si se quiere una dar el lujo de dormir en la suite presidencial, como hicieron en su día celebridades como Michael Jackson.

*Con respecto al muro, éste estaba cubierto por una alambrada que se conocía con el nombre de «espinas de Stalin», y franqueado cada 200/300 metros por torres de vigilancia. Si algún valiente se atrevía a adentrarse en la franja de la muerte para intentar cruzar al otro lado, un disparo al aire le advertía del peligro y le daba la oportunidad de dar marcha atrás. Si el individuo en cuestión seguía adelante con su hazaña, el siguiente paso era disparar a matar. Muchos murieron intentando cruzar el muro pero, al parecer, muchos otros lograron su cometido.

*En la zona de tierra donde en su día estuvo el búnker donde Hitler pasó las últimas seis semanas de su vida no hay nada. El motivo es el deseo de las autoridades de evitar convertir el lugar en un foco de reunión de los neonazis o de construir cualquier cosa que pudiera interpretarse como enaltecimiento del nazismo. Lo que sí se puede encontrar es un pequeño cartel que indica que en el lugar estuvo dicho búnker porque en el mundial del 2006, desde la proyección en cines de la película «El hundimiento», una riada de gente empezó a llegar al lugar en busca de los restos del búnker, incomodando a los vecinos. Con el cartel, se dejaba claro que el búnker estuvo allí, pero que ahora no hay más que escombros bajo tierra.
Dice la historia que Hitler estuvo escondido en el búnker 6 semanas, con algunos de los miembros más fieles de su gobierno, su perra, y su novia Eva, con la que se casó el día antes de suicidarse. Hitler no asumió su derrota hasta que las tropas soviéticas estuvieron a sólo 400 metros de la cancillería, dentro ya de la ciudad de Berlín. Llegados a este punto, le suministraron cianuro para que pudiera darse el gusto de suicidarse y su cuerpo no fuera objeto de vejaciones públicas como lo había sido el de su colega Benito Mussolini. Dicen que entonces, para probar la efectividad del cianuro, lo dio primero a su perra, que murió al poco; la siguiente en caer fue flamante esposa y ya, por último, él mismo tomó el cianuro pero, para asegurarse aún más de su muerte, se pegó un tiro en la nuca. Dicen que cuando los soviéticos llegaron al búnker encontraron los cuerpos calcinados, porque los nazis les habían prendido fuego precisamente para evitar el escarnio público, y dicen también que se demostró que aquel cuerpecillo, con el bigotillo pasto de las llamas, era efectivamente el del dictador. No obstante hay un montón de leyendas al respecto; quién sabe, a lo mejor Hitler escapó de luna de miel con Eva en submarino hasta las playas de Brasil, y realmente alguna vez alguien le vio por allá, tomando felizmente unas caipirinhas.

*El único edificio de la época nazi que se conserva es el de las Fuerzas aéreas. Supuestamente Alemania, de acuerdo al Tratado de Versalles, no debía armarse, aunque obviamente incumplió el pacto y se evidenció en las primeras incursiones de las fuerzas aéreas alemanas en Guernica y Durango, en la guerra civil española. Los soviéticos no destruyeron este edificio para recabar toda la información que allí hubiera que les pudiera ser de utilidad. «Es un lugar muy odiado por los alemanes», nos dijo la guía, «porque, además del pasado que tiene, es la actual de Hacienda».

*Pero sin duda, el hallazo más interesante es descubrir por qué el Checkpoint Charlie tenía ese nombre. Para empezar, Charlie no es el soldado que aparece en un cartel en medio de la calle. El soldado americano que aparece es sólo un símbolo de que ese lado del muro, una vez, estuvo regido por los Estados Unidos. En otro lado hay otra imagen de un soldado soviético. Checkpoint significa puesto de control, y charlie sólo equivale al número 3 en el alfabeto militar donde 1 o A es Alfa, 2 o B es Bravo, y 3 o C es Charlie.

*Además de esto, vimos las catedrales gemelas, inspiradas en la de la Piazza del Popolo en Italia, y símbolos de la tolerancia religiosa; una construída para los calvinistas franceses y otra para los luteranos alemanas, aunque, según nos contó la guía, dicen las malas lenguas que la torre de la alemana tiene algún centimetrillo de más. Leyendas urbanas.

Pasamos frente a la torre de la televisión, que es como un gran chupa chups y es el lugar desde donde, si uno sube, por unos 10 euros, tiene las mejores vistas de Berlín. Con sus alrededor de 300 metros es la torre más alta de Europa y fue contruída por los soviéticos durante la época de la carrera espacial.

Pasamos frente al ayuntamiento rojo, con aires medievales, pero de construcción moderna (no hay edificios realmente antiguos en Berlín); y también vimos el edificio de la ópera, en plena construcción. Al parecer a Hitler le encantaba ir a la ópera a escuchar a Wagner, pero fue destruída en un bombardeo. Aunque el hombre, a la par que mandaba hombres al frente de batalla, empleaba mano de obra en su reconstrucción, al poco de tenerla como nueva otra vez, volvió a ser destruída por los enemigos.

Al lado de la ópera hay una cafetería muy famosa donde hay la mayor oferta de tartas de Berlín; nada menos que más de un centenar de pasteles de distintos sabores en un enorme mostrador que da la vuelta a la sala.
En la plaza de los gendarmes había instalado ya un típico mercadillo de navidad a puntito de abrir sus puertas. Nos recomendó la guía, si teníamos oportunidad, beber glühwein, un vino caliente con especias muy típico de Alemania.

A pocos pasos, en otra plaza, nos encontramos con la Universidad Humbold, donde estudiaron personajes tan célebres como Karl Marx o Albert Einstein (justo antes de marcharse a Estados Unidos y decidir no volver a Alemania, dándose cuenta de cómo estaba el percal para los judíos).
En el suelo de la plaza hay una inscripción que tiene su origen en el tiempo de la inquisición española y que dice algo así como: «Allá donde queman libros, al final terminan por quemar personas», y que, en este caso concreto, hace referencia al momento en que las juventudes nazis hicieron una quema de libros prohibidos en la universidad. A este mismo exterminio de las ideas hace referencia una losa transparente en el suelo que deja entrever un montón de estanterías vacías en el fondo. Curioso, ¿verdad?.

En nuestro trayecto también nos encontramos con otros edificios interesantes, como la la St. Hedwigs-Katedrale, una catedral católica redonde supuestamente inpirada en una taza de té al revés; o la Nikolaikirche o Iglesia de San Nicolás, el edificio más antiguo de la ciudad. También había un monumento conmemorativo a todas las madres que lloraron a sus hijos caídos en la guerra, con una escultura que recuerda a las esculturas clásicas de la Piedad, en un edificio con un agujero en el techo que hace que cuando llueva, los alrededores de la escultura se encharquen, como expresión metafórica de las lágrimas infinitas de todas aquellas dolientes madres.

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Después de la mañana extenuante caminando por Berlín, con los piecesitos al borde mismo de la gangrena de tanto frío, volvimos al hostal a coger nuestras cosas y nos dirigimos al aeropuerto, muy tempranito. Sólo cuando estábamos en la fila contigüa a la puerta de embarque, esperando para subirnos al avión, apareció María, y, después, en el último minuto, el resto de los españoles, que habían tenido problemas en el control con las maletas, y alguno había perdido o creído perder su papel del check-in online. Así las cosas, nos volvimos a Trekroner, alguno dejando atrás la maleta en el tren. Por suerte en Dinamarca todo lo que se pierde vuelve a aparecer; no es tan fácil deshacerse de las cosas.

La sensación predominante a la vuelta era extraña, la de volver a un lugar que no es tu casa, pero en el que te sientes como tal porque, en tal sólo tres meses, has construído toda una nueva vida. Sensación de retorno al «in the middle of nowhere», con un montón de momento para no olvidar que pesan mucho más que nuestro equipaje de mano.